Casi sin dejarse notar, se nos viene el nuevo año. Así, sin más ni más.
Entonces me he es imposible no recordar ese dicho popular “año nuevo, vida nueva”,
al cual le doy tanto valor, pues para mi quiere expresar algo muy humano:
que nuestro corazón no se resigna al fatalismo de lo que acontece;
que tiene derecho a decir ¡basta! a tantas cosas que no van;
que es justo cuando a pesar de todos los pesares tiene la osadía de soñar una vez más.
Quizás por eso cuando llega el primero de enero todos nos ponemos de acuerdo
al comienzo del año nuevo civil, para indultarnos mutuamente y concedernos
unos a otros una especie de “amnistía” bonachona:
nos perdonamos la tristeza, el cansancio, el sopor y aburrimiento;
nos perdonamos los desmanes, los rencores, las mentiras.
Así, desde la trinchera de todas nuestras pesadillas
nos atrevemos a levantar con timidez la blanca bandera
de los sueños en un mundo distinto.
Lamentablemente, tan deseada “amnistía” suele durar lo que dura la resaca de unas fiestas,
para luego zambullirnos en la opacidad de un cotidiano cansino,
que tan rutinariamente siempre termina igual.
Este es el tiempo de reflexionar sobre que es lo que en realidad necesitamos ¿espiritualidad o materialismo?
Levantémonos, despertemos.
¿Es posible una novedad, que no dependa de unas fechas pactadas, sino de algo que ha sucedido.?
Vivamos bien este tiempo que se nos da, de la mejor forma posible según nuestras posibilidades y nuestros valores.